El libro Cerdeña, un reino de la Corona de Aragón bajo los Austria es un ensayo que va desgranando los aspectos políticos, económicos y sociales acontecidos en la isla mediterránea durante un amplio marco cronológico: desde los primeros contactos comerciales en el siglo XII hasta el posicionamiento de las élites locales en el conflicto de la Guerra de Sucesión española que enfrentará a Felipe V y el futuro Emperador Carlos VI.
La historiografía sobre Cerdeña ha incidido en acontecimientos puntuales relacionados con la economía o la política, biografías más o menos desarrolladas sobre personajes importantes o momentos históricos concretos. Sin embargo, Francesco Manconi ofrece una visión general, a modo de manual, sobre la evolución de Cerdeña, relacionándolo además con acontecimientos de importancia europea como la coronación imperial de Carlos V, la batalla de Lepanto o la Guerra de los Treinta Años.
El ensayo está dividido en ocho capítulos que siguen una evolución cronológica de los acontecimientos y que, grosso modo, se corresponden con los reinados de los diferentes monarcas de la Casa de Austria. Cada uno de ellos se cimienta sobre el anterior, formando una estructura única que servirá para comprender el desarrollo de los acontecimientos.
El primero sirve como introducción. Describe la evolución desde los contactos comerciales iniciales de los siglos plenomedievales hasta finales de la Edad Media. Durante ese tiempo, el primitivo interés por las materias primas sardas que desarrollaron los comerciantes catalanes se fue tornando en una vinculación con las élites locales llevada a cabo a través de lazos de parentesco. Muchas familias catalanas, aragonesas y valencianas se van a establecer en la isla durante este periodo, llevando consigo aspectos culturales pero también jurídicos y políticos. El proceso de desarrollo y consolidación del modelo jurídico hundirá sus raíces en la praxis catalana, algo similar a lo que ocurrirá con la economía ciudadana. En este periodo se irán fijando los sistemas de patronazgo real y la fidelidad de determinadas casas nobiliarias. También se irán consolidando los primitivos lazos clientelares y de parentesco con los otros reinos de la Corona de Aragón. La influencia catalana se hará sentir en la isla, de manera que el catalán se irá imponiendo como lengua coloquial especialmente en zonas geográficas como Alghero, donde aún hoy día se mantiene esa herencia cultural. Tal será el grado de sincretismo que en tiempos de Felipe II se considerará a los sardos como españoles y no como italianos.
El segundo capítulo corresponde al reinado de Fernando el Católico. En ese momento, los potentados sardos se hallaban inmersos en luchas intestinas por la preeminencia en la isla, algo que se repetirá durante numerosas ocasiones a lo largo de la historia. Por ello, una de las primeras medidas del monarca es la erosión del poder feudal a la par que la extensión del territorio de realengo. Además se busca potenciar la administración territorial y económica. El reinado fernandino supone el establecimiento de una base de ordenamiento institucional que se irá consolidando en los siguientes reinados.
Los años correspondientes al reinado del Emperador están notablemente desarrollados, como ocurrirá con el periodo de su hijo Felipe II. La fase inicial del gobierno de Carlos V estará marcada por la continuidad con los cambios introducidos por su abuelo. Sin embargo, pronto surgen problemas con la producción, explotación y comercialización del cereal, uno de los principales recursos de la isla, que enfrentará a comerciantes y terratenientes laicos y eclesiásticos de variado nivel económico. A esto se suma la ausencia del monarca por el problema de la elección imperial, lo que es aprovechado por las élites locales para reivindicar cuotas de poder más amplias. El poder del virrey en este momento aumenta, pero la ausencia de mano dura para controlar ambos problemas va debilitando en poder real a favor de la nobleza local. Una vez retorna a la Península en 1533 toma el mando del gobierno. Se va a insistir en emplear la Inquisición sarda como otro instrumento más a disposición de los intereses de la Corte, aunque en vez de eso, hallarán un grupo opositor de notable importancia en estos años. El trasfondo no es otro que la afirmación del poder real y las luchas faccionales por el poder en la isla. En la década de 1550 la Corte imperial se prepara para el problema sucesorio, por lo que los asuntos del Mediterráneo pasan a un segundo plano. Tanto en este periodo como bajo la regencia de Juana de Austria, la isla atravesó sendos periodos de aumento del peso de las élites locales y una disminución del poder real.
Felipe II, una vez llegado al trono, restablecerá el poder perdido por la Corona a la vez que retoma el proyecto de renovación administrativa de Fernando el Católico, lo que se traducirá en la creación de la Tesorería del reino de Cerdeña, la Audiencia, y el primer colegio de jesuitas ubicado en Sassari, llegando así el punto culmen de la madurez gubernativa sarda. Durante su reinado se perfecciona el sistema burocrático de los territorios, implicando moderadamente a las élites locales. A pesar de ello, las leyes medievales van a cobrar una fuerza notable para reafirmar, dentro de este proceso, la diferencia jurídica y política de la isla dentro del entramado territorial de la Monarquía. Será relativamente liberal en lo que a concesión de mercedes se refiere. No serán grandes títulos sino caballeratos y pequeños privilegios encaminados a fortalecer una mediana y pequeña nobleza que encarne los valores propugnados por el rey y contrarresten a los nobles tradicionales en el ejercicio del poder local.
Dos son los temas primordiales que Manconi destaca en esta época. El primero de ellos es el relativo a la educación; el segundo, el cultivo y la comercialización del trigo. Ya durante el reinado de Carlos V despuntó el problema de la escasa cultura de la élite sarda y, como acabamos de ver, el programa filipino era muy ambicioso en lo que a la ocupación de los puestos administrativos se refiere. Por ello se recurrirá a nobles y burgueses de los otros reinos de la Corona de Aragón dada su mejor formación. No obstante, se pondrán las bases para una reforma educativa desde los niveles inferiores hasta los universitarios, buscando con ello la instrucción de esas élites para poder llevar a cabo la idea de Felipe II. Durante el reinado de Fernando el Católico se había regulado que cualquier cargo público tuviera una sólida formación jurídica. Sassari solicitó el permiso real para convertirse en sede universitaria, evitando con ello que los hijos de los potentados se formasen en universidades como Salamanca o Bolonia. Sin embargo no será hasta el primer tercio del siglo XVII cuando logre tal posición. Mientras, serán los colegios de jesuitas los que satisfagan la escasa demanda de estudios superiores.
El primero de ellos, como se ha dicho, se estableció en Sassari y fue tal el resultado que se fundaron más por toda la isla. Además las escuelas jesuíticas serán el pilar fundamental para la introducción del castellano como lengua culta y de la administración, sustituyendo los numerosos dialectos locales y en menor medida el italiano y el catalán.
Braudel señaló que gobernar Sicilia significaba ocuparse de la exportación de trigo. Ese es, precisamente, el mayor recurso de la isla de Cerdeña. Sin embargo su producción frumentaria era limitada por lo que sólo podía incorporarse a los grandes circuitos comerciales bien por las malas cosechas sicilianas, bien por el excedente sardo. Felipe II impulsó el comercio cerealístico en los años sesenta del siglo XVI. Elaboró una pragmática encaminada a proteger y favorecer al agricultor y limitar el poder del comercio del grano a las ciudades y los grandes comerciantes ligures, pues el objetivo final del monarca era convertir Cerdeña en una nueva Sicilia.
Si el reinado de Felipe II se había caracterizado por el equilibrio de fuerzas entre los intereses reales, los barones sardos y las tradiciones medievales, Felipe III y el Duque de Lerma tendrán un panorama mucho más diferente. Desde 1598 y hasta 1621, el monarca nombró como virreyes al Conde de Elda, al Conde del Real, al Duque de Gandía, al Conde de Erill y al Barón de Benifayró, todos ellos procedentes del reino de Valencia y los tres primeros, de la red clientelar y familiar del valido. Todos ellos tuvieron un gobierno complicado por su intromisión en las disputas entre las dos principales ciudades -Cagliari y Sassari- y las rencillas nobiliarias. Además, sus respectivas haciendas se vieron grandemente afectadas por la expulsión de los moriscos y sus ingresos son notablemente menores. Buscan un enriquecimiento rápido para lo cual especulan con el comercio del trigo y favorecen a los comerciantes ligures, dinamitando la política establecida por Felipe II. Las quejas de los ministros reales de Cerdeña llegan hasta el Consejo de Aragón, quien le transmite insistentemente a Lerma los problemas de la isla. Ante la gran cantidad de quejas de sus hechuras que llegan a la Corte, se ve obligado a actuar: a Gandía, reduciéndole mercedes y privilegios; a del Real, enviándole una visita general de la que se obtiene numerosa información sobre las cuentas y el dinero apropiado indebidamente por el Conde. Sin embargo, las consecuencias políticas de todos los virreyes son escasas y siempre ligadas a la caída en desgracia del valido. El único gobierno que tiene alguna característica diferente es el del Barón de Benifayró. Embajador en Génova, Felipe III le promociona a la dignidad virreinal. Nada más tomar posesión, se queja ante Madrid de la gran diferencia entre su asignación en la República y la sarda, en torno a 5000 escudos. Propone restituir una medida aplicada por los anteriores virreyes de forma ilegítima, pero esta vez con la aprobación del Consejo de Aragón. Sin embargo, la élite se revela y finalmente se le revoca el permiso. Ante tal situación, comete el mismo error que sus antecesores y aprovecha cualquier ocasión para obtener beneficios económicos. En 1625 muere el virrey Benifayró sin haber sido cesado de su cargo. Con él, también termina una etapa caracterizada por la corrupción, que deja las arcas sardas muy empobrecidas.
En ese mismo año estalla la guerra entre el joven Felipe IV y la Inglaterra de Jacobo I. Olivares, tras el ataque inglés a Cádiz, prepara a todos los territorios de la Monarquía para la defensa. El proyecto olivarista incluye la conocida Unión de Armas, en la cual el papel de Cerdeña tiene poco peso. Éste se valora en función de la densidad demográfica y no atendiendo a otros factores como el peso político o económico. Al contrario de lo que sucede en el resto de la Corona de Aragón, la propuesta del Conde-Duque es bien acogida. Se nombra como virrey al Marqués de Bayona, hijo del Conde de Benavente. El giro con los virreyes anteriores es claro, pues es un noble castellano proveniente de una de las familias más importantes y con una hacienda saneada. Sus primeros pasos en Cerdeña están marcados por una inusual tranquilidad en las rivalidades entre Cagliari y Sassari y una alta participación de la nobleza en las Cortes, normalmente absentista. Ello le permite tener unos resultados muy superiores a los previstos ante las Cortes del reino. Cerdeña ofrece una importante cantidad de dinero durante cinco años pagados en especie y aquellos que están exentos de pagar impuestos, colaboran con un servicio voluntario inusualmente alto. Además, se comprometen al mantenimiento de más de mil soldados para la guerra. A cambio sólo piden mercedes honoríficas, que no comportan ningún tipo de retribución. La política de concesión de mercedes sin ningún coste para la Corona hará que un gran número de nobles apoye decididamente el proyecto olivarista, así como más subsidios para la Corona. La gestión del virrey Bayona es tan buena que son los propios sardos los que piden que se le prolongue su estancia en la isla. En medio de las negociaciones de unas nuevas Cortes muere Bayona. La impronta dejada en la memoria colectiva es de un periodo de buen gobierno y una fructífera relación entre Cerdeña y la Corte. En esas fechas, además, se produce el ataque francés de Oristán, una de las ciudades más importantes de la isla. Se ve, como en ocasiones anteriores, que las defensas de la isla son débiles. Cerdeña se ve así inmersa directamente en el escenario bélico de la Guerra de los Treinta Años. No será el último ataque que sufra, aunque dada la poca importancia que los galos le dan, no serán demasiado considerables. Como ya sucediera en anteriores ocasiones, la precariedad del sistema defensivo sardo es un problema de primera magnitud que, sin embargo, no puede sino parchearse dada la precariedad económica del reino.
La década de 1650 comienza con una gran crisis económica debido a los enormes gastos que la guerra ha provocado. Un visitador se propone sanear las cuentas. Se usufructúan determinados bienes y monopolios de la Corona por grandes cantidades de dinero y se venden partes importantes del territorio de realengo pero aun así, la cantidad recaudada no es suficiente. A esta situación hay que añadirle problemas con la comercialización del trigo y la devaluación de la moneda. Por primera vez Madrid se da cuenta de que Cerdeña no sólo no puede contribuir a la situación general de la Monarquía sino que no puede mantenerse ella misma. La situación es tan compleja que las clases populares salen a las calles al grito de “viva el rey, muera el mal gobierno”. El virrey Marqués de Campo Real lleva a cabo una serie de medidas para paliar la situación que surten un efecto moderado. Felipe IV crea una junta de expertos en economía para solucionar el problema sardo. Por si la situación no fuera lo bastante mala, hay una epidemia de peste que diezma la población de la isla, depauperándola más si cabe.
En esta época las luchas faccionales se recrudecen. Por un lado los Castelví, con el Marqués de Láconi al frente; por otro los Alagón con el Marqués de Villasor como cabeza. En ese momento es elegido como virrey el Conde de Lemos, quien deberá lidiar no sólo con las rencillas internas si no con el deseo de las élites sardas de obtener para sí todos los puestos de la administración de la isla. Tanto el propio Lemos como el Consejo de Aragón rechazan frontalmente la idea por lo dificultoso que resultaría para la gobernación y la administración de justicia. La situación se irá enrareciendo y el posicionamiento de los Castelví como grupo opositor al poder y los Alagón como lealistas no contribuye a mejorar las cosas. Pocos meses antes de morir, Felipe IV elige como nuevo virrey al Marqués de Camarasa, a quien le da unas instrucciones precisas para favorecer la concordia en la isla. Las Cortes convocadas por Camarasa comienzan con una gran tensión y, tras un año sin llegar a ningún acuerdo, se tomará la decisión de enviar a Madrid a Láconi para que exponga allí sus reivindicaciones. Esto irrita mucho al virrey ya que en 1642 se sancionó esta práctica por violar las reglas protocolarias de los parlamentos y la negación de la potestad vicerregia en asuntos de gobierno. Con la ausencia de Láconi, Camarasa intentará llevar a buen puerto las negociaciones de las Cortes, aunque el regreso del noble sardo frustra sus intenciones. La única solución ante la falta de acuerdo es su disolución, lo que provoca más tensiones entre el grupo opositor y los fieles a Madrid. El clima se irá tensando día a día hasta que se producen las muertes de Láconi primero y el virrey Camarasa después. Como posibles causas se esgrimen ajustes de cuentas entre facciones y un intento de recuperar el poder perdido por las élites sardas. Manconi propone una tercena hipótesis, poniendo en relación lo sucedido con las revueltas de Cataluña o Andalucía de dos décadas atrás, repitiéndose nuevamente “viva el rey, muera el mal gobierno”. Al nuevo virrey, Duque de San Germán, se le encomienda instruir el proceso y restituir el orden en la isla. Éste actúa con mano de firme y ajusticia con la pena máxima a los cabecillas del asesinato de Camarasa, acusados de laesa maiestas. A partir de ese momento el grupo opositor a la figura virreinal se desvanece y San Germán puede gobernar sin sobresaltos y apoyado por la nobleza fiel. Durante los años setenta del siglo XVII retornará una época de penuria económica similar al periodo de guerra de Felipe IV, situación que remontará una década después tras la puesta en marcha de una serie de medidas socio-económicas que tendrán su máximo desarrollo en el periodo de gobierno saboyano del siglo XVIII. La muerte del último monarca de la Casa de Austria es acogida en Cerdeña con indiferencia por las élites locales, salvo las honras oficiales, que no puede explicarse sino por la expectación del problema sucesorio.
A parte del desarrollo cronológico, Manconi pone de manifiesto que Cerdeña se ha considerado tradicionalmente por la historiografía como un reino marginal atendiendo únicamente a los datos económicos, sin prestar atención a otros aspectos. Sin embargo, y a pesar de los momentos puntuales anteriormente señalados, es manifiesta la poca consideración que se tiene del reino desde la Corte. Como consecuencia de ello, la historia de la isla es desconocida para una parte importante de los investigadores, convirtiendo la obra en una referencia fundamental para un primer acercamiento. Así mismo, y aun con el vacío historiográfico que existe sobre las décadas sucesivas a 1640, Manconi deja varios hilos sueltos de los que tirar para realizar futuras investigaciones, algo relativamente fácil teniendo en cuenta la densidad de información que aporta sobre numerosos y variados temas, así como la cantidad de fuentes que emplea.
REVILLA CANORA, Javier: “Cerdeña, un reino de la Corona de Aragón bajo los Austria” (Reseña), en Librosdelacorte.es, Núm. 3, Año 3, primavera-verano, 2011, ISSN: 1989-6425 (p.60)